Esperado regreso a tierras navarras
6 - Mayo - 2015
Crónica de las ascensiones a Larrau y la Piedra de San Martín el 21 de agosto.
21 de agosto. Ya lo decía Andrés Montes: la vida puede ser maravillosa. La bicicleta es como la vida misma. Te da, te quita... Te hace llorar de dolor, de rabia... pero también de alegría. Hoy es uno de esos día. Por todos los habituales de este blog son conocidas las dificultades que tuve que afrontar para completar la Irati Xtrem a causa de problemas físicos que nada tenían que ver con la práctica del ciclismo. Cuando algo así te ocurre, cuando la mala suerte se ceba contigo, es lógico que tengas especiales ganas de desquitarte de ese mal fario, y cuando lo superes te quede una satisfacción mayor que si no hubieras pasado las penurias previas.
Hoy he madrugado una barbaridad. Antes de las cinco de la mañana ya estaba de pie. Desde Cihuri hasta el puerto de Larrau hay un buen trecho. Por suerte, cada vez hay más tramos de autovía en estas regiones bastante olvidadas en un país excesivamente centralizado a mi gusto. No sin mirar de reojo las monrañas que hace muchos años me enseñaba mi amigo Darío cerca de Pamplona, he acabado pasando por Ochagavía, ese pequeño pueblo del que me enamoré hace unos meses, donde se celebra la marcha cicloturista por excelencia de nuestro país: la Irati Xtrem. Todo a su alrededor me recuerda a ese gran día en compañía de muy buenos compañeros. Hoy he venido en plan cazador de puertos. Sin concesiones. Quiero subir bien Larrau en su vertiente francesa y conocer la Piedra de San Martín. Ni más ni menos. No dispongo de más tiempo, así que debo ir al grano.
Aparco en la cima del puerto, en la misma frontera que separa España y Francia. O que las une, según se mire. Prefiero pensarlo del segundo modo. Al fin y al cabo, en bicicleta disfruto a ambos lados, por lo que siempre me ha parecido una bobada la disgregación, tal como cantaba John Lennon. Así pues, la mejor frontera es la que se sube Julián Ramón todas las semanas.
El día no es muy veraniego que digamos. Tanto es así que no me quito ni siquiera la camiseta interior. Ande yo caliente... Monto en la bicicleta y me dispongo a descender hasta el pueblo de Larrau. Hay tramos en los que la niebla es tan sumamente espesa que apenas si se puede ver. Por suerte, hay algún resquicio de visibilidad y uno decide correr un mínimo riesgo. ¡He venido aquí para algo! Como curiosidad, al pasar un banco de niebla en el que las ovejas campaban a sus anchas por la carretera, he acabado cruzándome con un coche de Valencia. Con la equipación de Rodadores, han reconocido mi procedencia y me han empezado a animar con locura. Algo así me ocurrió hace un tiempo en la Cueva de los Murciélagos, en Córdoba. Desde luego que uno no puede pasar desapercibido. Dicho sea de paso, es un orgullo lucir ese maillot en las grandes ocasiones.
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Afortunadamente, en la parte más baja del puerto el ambiente está más despejado. Soy amigo de la épica, pero no tanto. Ya en Larrau, doy la vuelta. Ineludiblemente, este rincón siempre me va a recordar a Axel y a su familia. Tengo grabada la imagen de la Irati.
Con salud, esto es otra historia. Para colmo, fresco, mucho mejor. Esta vez no me retuerzo. En comparación con el mes de junio, subo como los ángeles. Van pasando paulatinamente los kilómetros a medida que se van pisoteando los recuerdos de dolor de antaño. Esta vez mis piernas funcionan, puedo bailar encima de la bicicleta, acompasar la respiración y, lo que es más importante, apoyar mis posaderas en el sillín cuando se me antoja. El tramo hasta el Col d'Erroymendi es sencillamente brutal. Al final empiezo a vislumbrar el cansancio. Quizá me haya animado demasiado desde abajo. El subidón de adrenalina es inevitable, pero esta vez tengo recursos para adecuar el ritmo a las circunstancias del momento.
Aprovecho el descanso tras el Col d'Erroymendi para disifrutar plácidamente del paisaje. ¡Qué gozada! Por momentos como éste no dejaré jamás el ciclismo. Mucho menos por momentos como el de la llegada a la cima. Pletórico. Radiante de satisfacción. Esta vez, sobrado de fuerzas, a una mano, inmortalizando las imágenes en un vídeo en el que acabo dedicando esta subida a quienes creo que lo merecen: mis compañeros en la Irati Xtrem, especialmente Axel, quien me acompañó en toda la marcha como fiel escudero; la gente de Komanda (amigos de la gimnasia), quienes me apoyaron en las semanas difíciles del mes de junio - esas situaciones en las que mucha gente ni se acuerda de ti - y, evidentemente, Marta y Adrián. Para ellos va este gesto tan habitual en otros deportes.
El tiempo es oro. Esto es precioso, pero tengo que estar de vuelta en Cihuri antes de comer. ¡A por la Piedra de San Martín! Me dirijo a Isaba en coche, y de ahí al Rincón de Belagua. Aparco de nuevo, y arranco con cierta celeridad en la bicicleta. Por delante, 14.4 kilómetros a un 5.4% de pendiente media. Esto es algo engañoso, ya que alrededor del Portillo de Eraice existen tres kilómetros sin apenas desnivel. El resto rondan casi todos una pendiente en torno al 6-8%.
Subo tranquilo y muy suelto, con mucha cadencia. Sé que esto es lo que menos importa en la narración, pero para una vez que va uno bien... Como curiosidad, conozco a un chico muy majo que me acompaña en casi todo el trayecto, tanto de subida como de descenso. Es un tipo culto, ilustrado, que conoce la zona como la palma de su mano. Además, la adora, y eso se nota. Da gusto conocer gente que te pueda enseñar cosas nuevas transmitiendo ilusión. Pues bien, resulta que la persona en cuestión es el speaker de la Irati Xtrem. Hablamos de miles de cosas, como si hubiéramos ido juntos al colegio. Espero verle en la Irati 2015.
Con él aprendo que hay mil trescientos mojones que integran el cordón fronterizo del Pirineo. En éste, el de la Piedra de San Martín, se celebra todos los años el Tributo de las tres vacas. Está colocado desde 1858, de acuerdo con el Tratado de Límites de 1856. Sin embargo, su origen data de varios siglos atrás, cuando los pastores colocaron esta piedra en honor a San Martín, patrón de Francia, con la esperanza de librarse de la visita invasora de las tropas moriscas.
El descenso es una gozada. Da pena irse de aquí, la verdad. Volveré en cuanto pueda. De conversación con mi nuevo amigo podría continuar hasta Tarifa, pero me esperan en Cihuri. Prometo que no será ésta la última ocasión que visite estos lares.
Ya en Belagua, cargo la bicicleta al coche y conduzco hacia tierras riojanas. Hoy es un día grande para mí. No sólo me he desquitado de la anterior experiencia en Larrau, sino que he disfrutado como un niño con zapatos nuevos en la Piedra de San Martín, un puerto de belleza difícilmente superable. Sí, Andrés, tenía usted razón.