Semana Santa riojana: Pasión en la cumbre (Segunda parte)
14 - Mayo - 2014 en cicloturismo
Crónica de las ascensiones a Tres Cruces por Bonicaparra y Valdezcaray, y a Pazuengos, en La Rioja.
19 de abril. Seré conciso: ésta ha sido la etapa más bonita que he hecho desde que volví de Pirineos. Como bien saben ustedes, no ha habido pocas jornadas llenas de encanto (La Quesera; Arrebatacapas y El Mediano; Santa Catalina y Allanada del Santo; Nuestra Señora de Araceli, El Jaramillo y Cueva de los Murciélagos; Miserat y Vall d'Ebo; La Safor y Montdúver; El Robledillo y Riscos de la Parada; Brevet 200 Massamagrell; Tossal dels Diners y La Garga...), pero ésta ha tenido un sabor especial. Sin duda, la mejor desde Gavarnie-Boucharo. Palabras mayores.
De buena mañana me he desplazado a Ezcaray, con el coche cargado con mi inseparable Ghost. Mi idea era subir Bonicaparra y explorar arriba otros caminos, con la intención de buscar una comunicación con Valdezcaray. Bordeando el río Oja a su paso por esta localidad, por la carretera que la une con Posadas, camino de una trilogía de puertos espectaculares: Bonicaparra, Valdezcaray y Cruz de la Demanda, todos a un paso; he compartido unos breves momentos con otro ciclista de montaña, vasco para más señas, de Elorrio.
Pronto me he desviado hacia Turza, es decir, hacia Bonicaparra. Él ha seguido recto. Buenos días, hasta luego, y poco más.
Hablar a estas alturas de Bonicaparra es como si me preguntáis de música y os suelto una perorata sobre David Bowie, o si le consultan a un arquitecto con criterio acerca del Taj Mahal, o si más de uno se pone a comentar los encantos de Kaley Cuoco-Sweeting o Evgenia Kanaeva. Podría estar horas y horas explicando las bondades de esta ascensión. Como ya lo he hecho en varias ocasiones (véanse los posts de las experiencias anteriores en abril, mayo y agosto del año pasado), no me detendré demasiado en esos detalles. Me limitaré a decir que hay puertos de montaña que le marcan a uno, más allá de su dureza, por su belleza o por la sensación de pertenencia a los mismos que le generan. Les confesaré cuáles son los míos: en los noventa, Pico del Remedio, en Chelva (Valencia). En la primera década de este milenio: Font Roja, Alcoy (Alicante) y Laguna Negra, Vinuesa (Soria). Igual que Bowie aseguraba en su día "los ochenta son de Prince", yo afirmo con rotundidad que "los años diez son de Bonicaparra".
Como no sabía lo que me iba a esperar más adelante, he iniciado la ascensión sin prisa, pero sin pausa. Tenía marcado un tiempo para dedicarle hoy a la bicicleta, y era el día adecuado para forzar la máquina. Al fin y al cabo, los sábados siempre suelen tener lugar las etapas más exigentes. He ido avanzando, devorando los kilómetros y los paisajes, el bosque cerrado, cual si de un orgasmo deportivo se tratara. ¡Me encanta! Desde el Mirador de los Estudiantes hasta el desvío de Turza, pasando por la fuente de Tres Aguas. Lugar para el sosiego y el disfrute, para la honda respiración y degustación de la naturaleza en su máximo esplendor. Por suerte, cada aventura en Bonicaparra es diferente. Siempre suma, enriquece. Si no, que me pregunten cuando el año pasado subí los últimos dos kilómetros cubiertos por la nieve. A medida que he ido avanzando, los recuerdos de anteriores ascensiones me han venido a la mente, sabedor de tener próximamente en esa misma coctelera de vivencias, alegrías y nostalgias, las de esta misma que nos ocupa.
En ese tramo final, existe una pista forestal que comunica con la subida a Valdezcaray. Si bien hasta ahora la recordaba por un montón de jovenzuelos cargados de mochilas aplaudiéndome a mi paso el pasado mes de agosto, ahora esa curva, ese cruce, tendrán también reminiscencias del ciclista de Elorrio. Sí, el mismo con el que he coincidido en Ezcaray. Ha llegado poco antes que yo allí. Dado que suponía que podía ser un experto en la zona (en la práctica, a poco más que supiera que yo, a partir de Bonicaparra, me podía aportar muchas cosas), he apretado un poco los dientes para alcanzarle y conversar con él un rato. Digamos que ha sido un ángel caído del cielo. Gracias a esta coincidencia, he tenido indicaciones precisas de cómo llegar a Valdezcaray desde Bonicaparra, y lo he disfrutado como un niño con zapatos nuevos.
La fortuna me ha acompañado. El amigo de Elorrio era una persona muy agradable. Que si La Rioja, que si Álava, que si Alicante... hablando de puertos, vacaciones y bicicletas nos hemos pasado un buen rato, en la ascensión que parte de Bonicaparra (camino a la derecha desde el refugio según se sube, para más señas), hasta el Collado de Márulla. Según el compañero, acostumbrado a los barrizales, el camino era una autovía. Tampoco tanto, desde mi punto de vista de ciclista de carretera; pero no me puedo quejar. Al principio el paisaje era algo más mundano, entre pinos, no tan bonito como Bonicaparra. Sin embargo, al final, se vuelve a abrir el horizonte y se llega a otro paisaje de esos que son denominados con todo el derecho del mundo bucólicos. Amplias extensiones con las cimas de esas montañas que se divisan desde Ezcaray, en las que un ser humano se siente muy pequeño, ante la inmensidad de la belleza intrínseca de la naturaleza, una inmensidad que rodea, envuelve y arropa. Tan pequeño como feliz. Tanto, que me he visto obligado a despedirme de alguien tan agradable como el amigo de Elorrio, sacrificando su compañía por poder tomar unas cuantas instantáneas del momento.
El descenso hacia la carretera que une Ezcaray y Valdezcaray es bastante más técnico, por lo que ha precisado de la mayor de mis atenciones. En esta ocasión, en el horizonte pasaban a divisarse Valdezcaray y la Cruz de la Demanda, y todas las cumbres Sierra de la Demanda existentes entre ambas. Una delicia para los sentidos; más si cabe teniendo en cuenta el genial contraste de la amalgama de colores de las montañas, entre los pastos, la flora, los distintos tipos de árboles, y la nieve.
Por suerte, los últimos kilómetros de Valdezcaray son más benignos. Además, por carretera, la cosa es más sencilla. He aprovechado para recuperar y disfrutar abiertamente del paisaje. Aún así, las sensaciones eran muy buenas. Por segunda vez en mi vida he llegado a la estación de esquí en bicicleta. Hubo una primera, en coche, hace bastantes más años, que siempre recordare por unas vacas que me tenían casi encajonado sin poder avanzar ni retroceder. El caso es que me ha encantado. Me ha gustado más que la experiencia primigénea en bicicleta, probablemente por el manto de nieve.
Una vez alcanzada la estación, me he decidido a continuar, a llegar donde nunca había hecho hasta entonces. ¡Para algo iba en bicicleta de montaña! Mi obsesión en estos últimos tiempos ha sido combinar Valdezcaray y Cruz de la Demanda, uniéndolos por caminos de tierra, pistas forestales a unos mil ochocientos metros de altitud. Pues bien, digamos que ya sé cómo hacerlo y, además, con el agravante adicional de contar con Bonicaparra y Márulla, los cuales aportan una dosis de belleza y espectacularidad tremenda al asunto.
Desde Valdezcaray me he propuesto pedalear sin cesar hasta que la carretera dejara de ascender. Lo suyo me ha costado la cabezonería. Curva tras curva iba preguntando a senderistas, pero la mayoría no eran muy duchos en la materia y desconocían cuánto restaba para concluir mi aventura teñida de una cierta dosis de tozudez. ¡Nueve kilómetros adicionales! Casi nada. Afortunadamente, la ilusión por alcanzar la cumbre (más allá de lo racional) y la espléndida estampa de la nieve y las postales naturales que ofrece cada abrir y cerrar de ojos en la Sierra de la Demanda han hecho el resto.
A falta de un par de kilómetros, al fin he encontrado a un cicloturista que bajaba. Me ha indicado la proximidad de Tres Cruces, y no me lo he pensado dos veces. El nombre viene dado porque en este lugar confluyen las pistas forestales que proceden de San Millán de la Cogolla (al este), Valdezcaray (al norte) y Cruz de la Demanda (al oeste). Palabras mayores.
Si bien no tenía tiempo para más, la presencia de neveros que impedían el paso ha eliminado cualquier duda. La comunicación con la Cruz de la Demanda deberá esperar a mejor ocasión.
El descenso hacia Ezcaray ha sido de lo más placentero. Incluso, en el último tramo, sorprendentemente en mí, he ido adelantando ciclistas con suma facilidad. Lo que hace querer llegar a una hora razonable a casa para seguir teniendo "bono bici" para más días...
En definitiva, grandísima etapa. Memorable subida, al más puro estilo Veleta, Galibier o Gavarnie-Boucharo.
21 de abril. Después del descanso de ayer, he optado por conocer un puerto cercano que en su dia tuvo categoría de CIMA: Pazuengos. No es el más duro de La Rioja, comunidad en la que hay mucho donde elegir, pero merece la pena visitarlo. Tampoco el más bonito si lo comparamos con Bonicaparra o Cruz de la Demanda, pero digamos que se haya en las postrimerías del corazón de la Sierra de la Demanda y constituye un aperitivo esencial a esos otros puertos. Desde mi humilde punto de vista, debería ser CIMA. Quizás porque no tenía demasiadas expectactivas, me ha sorprendido gratamente.
He aparcado en Santurdejo, un pueblecito a medio camino entre Santo Domingo de la Calzada y Ezcaray. Desde allí, 7.6 kilómetros al 5.1% de pendiente media y 12% de pendiente máxima, no son moco de pavo. La dureza se concentra fundamentalmente en su tramo final, con kilómetros completos al 8%.
Me lo he te tomado con mucha calma. No he dicho nada hasta ahora, pero en seis días tengo la Brevet de 300 kilómetros en Massamagrell. No es cuestión de malgastar fuerzas tontamente. Además, por la tarde, vuelta a la rutina con seiscientos kilómetros por medio. Aunque sea en coche, también cansan.
He disfrutado mucho. Arriba, en Pazuengos, un pequeño municipio de treinta y cinco habitantes entre Ezcaray y San Martín de la Cogolla, me he quedado con ganas de más. Quiero llegar a los Monasterios de Suso y de Yuso desde allí. Como ven, ya voy maquinando las etapas a degustar en verano.
En definitiva, fenomenal estancia en La Rioja (con visita a Burgos), tierras que nunca defraudan en ninguno de los sentidos. Cuento los días para volver.
24 de abril. Permítanme que les cuente en este capítulo una última etapa, aunque nada tenga que ver con el norte de España. Dos días antes de la ciclomaratón de trescientos kilómetros por tierras valencianas, etapa muy corta y llana por las proximidades de Puertollano con la única intención de estirar las piernas y preparar el cuerpo para uno de los grandes retos del año: la Brevet 300 Massamagrell. En un par de días me esperan.